Hace unos días recibí los comentarios de alguien que había «corregido» una traducción mía, y cual no fue mi sorpresa al descubrir que mi verdugo no solo ignoraba las normas de ortotipografía española, sino que también desconocía un aspecto muy particular de la gramática inglesa: el funcionamiento del gerundio. Sucede que la estructura verbo auxiliar + ing, a pesar de llamarse gerund en inglés, en la mayoría de los casos no tiene nada que ver con nuestro gerundio. Si dejamos de lado los casos más sencillos como the boy is swimming (‘el niño está nadando’), donde ambas versiones tienen la misma función de expresar algo que ocurre frente a los ojos del observador que describe la acción, sería interesante detenernos un poco en los otros casos, es decir, aquellos en que la estructura + ing se utiliza por otras razones que de simultaneidad nada tienen.
El gerundio en los títulos
El más común es el gerundio en los títulos, un uso que, cuando este servidor aún aprendía los rudimentos del oficio, se veía solo en las malas traducciones, pero que hoy, como corolario de la globalización y el internet, también enturbia los textos redactados en español. Si nadie en su sano juicio escribiría «al niño le gusta ensamblando el mueble», ¿qué lleva a una persona a utilizar ese gerundio en un título cuya función es, a todas luces, la de proporcionar instrucciones sobre cómo ensamblar un mueble? No me cabe duda de que el lector de estas líneas se ha topado más de una vez con algún manual de instrucciones (o «guía del usuario», como se dice hoy en día) donde los pasos necesarios para montar un mueble están agrupados bajo el título «Montando el mueble», cuando debería haber sido simplemente «Montaje» o «Ensamblaje [del mueble]».
Sucede que la oración «he enjoys assembling Legos» no es un gerundio, en el sentido de que no expresa simultaneidad alguna, sino que equivale a la descripción de un acto, y dicha descripción en español cobra la forma de un infinitivo o un sustantivo. «Learning is important» significa que aprender es importante; también podemos hablar de la importancia del aprendizaje. Asimismo, «Understanding national accounts», un manual publicado por la OCDE para iluminarnos sobre los pormenores de las finanzas nacionales, carece de sentido cuando se calca en español como «Comprendiendo las cuentas nacionales», como se hizo en este caso. Si en español el gerundio expresa un acto que ocurre en forma simultánea al acto de narración, a la hora de enseñarnos a comprender las cuentas nacionales nada justifica la presencia de comprendiendo.
Quienes traducen del francés nunca incurren en tamaña imprudencia, puesto que el gerundio en esa lengua tiene una estructura que no se presta para estos calcos: el famoso en train de + infinitivo. Para quienes no hablan francés, esto equivaldría, si lo traspusiéramos literalmente (como hacen ciertos traductores y correctores no muy competentes con el gerundio anglosajón) a decir ‘en curso de’. Así, en la lengua de Molière estoy mirando el partido se dice «je suis en train de regarder le match», lo cual, puesto literalmente, equivale a ‘estoy en curso de mirar el partido’. El traductor francés, por más novato que sea, jamás caerá en la pereza extrema de traducir «assembling the rack» por en «train d’assembler le meuble», puesto que no tendría sentido. Y en el título de la mencionada publicación de la OCDE hará simplemente lo que debería haberse hecho en español, es decir, recurrir al infinitivo: «comprendre les comptes nationaux».
Pero claro, Francia es un país que cuida su lengua (a veces demasiado, para quienes vemos con suspicacia el exceso de patriotismo, ese sentimiento borrego que fácilmente decanta en un menosprecio por el ser humano nacido en otro territorio), donde se entiende que la educación y el dominio de la lengua son un requisito sine qua non del contrato social. En Chile, en primaria prácticamente no se enseña gramática y en épocas de descuentos el comercio estampa vistosamente un absurdo SALE en sus vitrinas. En Francia, por ley, todo afiche publicitario que contenga texto en un idioma extranjero, aunque sea una sola palabra, debe llevar un asterisco y una nota que proponga una traducción en francés de dicho texto, para desgracia de los dandis del marketing.
Una clave de la gramática inglesa
Fue en Francia, en la licenciatura en lenguas, donde tuve el mejor profesor de gramática inglesa que me haya tocado conocer. Un monstruo, en el buen sentido de la palabra, que tuvo la sapiencia de hacernos cursos de gramática comparada usando el manual de gramática inglesa que él mismo había publicado junto con un colega: el excelente Les clés de la grammaire anglaise, cuya lectura recomiendo con vehemencia a todo francófono interesado en comprender la gramática inglesa en profundidad.
Con su original análisis de la gramática anglosajona, Monsieur Gabilan nos mostró por qué la mayoría de los manuales explicaban mal, y muy mal, el asunto de los gerundios, que él prefería llamar estructuras de fase II en el caso del inglés, precisamente para evitar la confusión que ya hemos descrito aquí: esa que lleva a traductores y correctores mal preparados a transgredir la lógica de nuestra lengua expresando simultaneidades donde no las hay.
En resumen, una estructura de fase I es aquella que proporciona una información por el mero hecho de informar. La información proporcionada es, pues, la razón principal por la cual se formula la oración. La estructura de fase II (verbo + ing), en cambio, se usa cuando la información se proporciona por razones secundarias. Se entrega un dato, pero la razón por la cual se está entregando ese dato es la necesidad o la voluntad de decir otra cosa, que está implícita (presupposée). Es la diferencia entre decir «you won’t speak again» y «you won’t be speaking again». En la primera estructura, de fase I, el hecho de que el interlocutor no volverá a hablar es un mero dato que se le está entregando. Puede ser alguien que está esperando para intervenir en un discurso y le anuncian (de forma un poco tosca, es cierto) que su intervención terminó. En el segundo caso se usa la estructura de fase II (que, a pesar de tener un verbo conjugando en + ing, no tiene nada de gerundio) porque hay una información implícita, que bien puede ser ‘te romperé la mandíbula’, y el sentido de la oración va más por el lado de ‘no volverás a hablar nunca más’. La importancia aquí no estriba tanto en el hecho de que la persona no volverá a hablar, sino en que quedará sin condiciones de hacerlo.
Este es apenas un ejemplo de por qué la traducción es un oficio que requiere mucho más que hablar un idioma extranjero. Un oficio que no da muy buenos resultados cuando es ejercido por alguien que desconoce los recovecos de la gramática, la sintaxis, la ortotipografía y los matices culturales e idiosincrásicos tanto de la lengua que se traduce como de la lengua a la que se quiere traducir. Y todas estas son razones por las cuales —jamás me cansaré de repetirlo— un computador nunca producirá traducciones tan ricas y acertadas como las de un ser humano. Razones por las cuales, asimismo, una organización no debería escatimar en la contratación de editores con buena formación lingüística que hagan las averiguaciones pertinentes antes de destrozar una traducción para que «se parezca más al original»…
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