«Aprovecho de señalar que siempre busco respetar las normas ortotipográficas vigentes, plasmadas en la Ortografía de la lengua española publicada en 2010 por la Asociación de Lenguas Españolas, que contiene algunas novedades que no estaría de más recordar…».
¿Quién ha tenido que escribir algo similar a la hora de entregar una traducción o un texto revisado? Para los que no estaban enterados, la última edición de la Ortografía trajo numerosas novedades que, transcurridos ya casi cuatro años desde su publicación, mucha gente (me atrevería a decir que la mayoría) desconoce, al menos en Chile. Muchas veces, tanto por necesidad deontológica como por vanidad (que en el caso de un profesional independiente vendría a ser lo mismo, puesto que debemos cuidar nuestra imagen si queremos mantenernos activos en el mercado laboral), se vuelve imprescindible llenar nuestra correspondencia de este tipo de advertencia. Para alguien que presta servicios de corrección de textos y que busca hacer su trabajo lo mejor posible, correr el riesgo de que el cliente piense que desconocemos las reglas ortográficas o que somos poco prolijos puede ser sinónimo de suicidio profesional. De ahí que siempre sienta la necesidad de recordar a los clientes nuevos ciertas normas académicas y recomendaciones de estilo que me empecino a respetar (y que me esmeré en resumir en mi propio manual de estilo).
El adverbio sólo y el adjetivo solo
El adverbio solo (es decir, cuando significa ‘solamente’) ya no lleva tilde diacrítica para distinguirlo del adjetivo. Lo interesante (y confuso) es que esta norma no es «obligatoria» según la Ortografía de 2010, sino que «se recomienda» prescindir de la tilde en todos los casos ya que el contexto ha de bastar para permitir interpretar correctamente el sentido, y si no bastara, el escritor queda invitado a usar solamente en vez de solo». Lo interesante es que no es una recomendación nueva, a juzgar por información que trascendió en el 1.er Congreso Internacional de Correctores de Textos en Español, al que tuve la dicha de asistir en septiembre de 2011 en Buenos Aires, si bien antes de 2010 se recomendaba usar la tilde únicamente en caso de ambigüedad. Yo, que durante todos estos años me había resignado a seguir este «consejo», hace poco caí en la cuenta de lo absurdo que es tener un manual normativo que entre sus normas contenga recomendaciones. Sé que este fue precisamente el motivo por el cual muchos pusieron el grito en el cielo cuando recién se publicó la última Ortografía, pero como buen alumno disciplinado que era (y trato de ser), me había contentado con pasar por alto las voces discordantes.
Tilde en los pronombres este y ese
Este y ese tampoco llevan tilde, aun cuando funcionan como pronombres. Todos saben que como artículo demostrativo («este artículo») no se acentúa, pero la costumbre es usar la tilde diacrítica (la que sirve para diferenciar) cuando funciona como pronombre («ésta es una norma antigua»). Pues bien: ya no se usa. Por alguna razón los clientes parecen escandalizarse menos en estos casos que en los del adverbio solo, pero aun así tiemblo ante la sola idea de que puedan creer que me equivoqué o se me olvidó tildar el pronombre y prefiero poner el parche antes de la herida recordándoles la norma actual.
Escritura de las cifras
Se recomienda escribir las cifras de hasta cuatro dígitos en bloque, sin separar el millar por un punto: 3567 pesos. A partir de ahí, se separan por grupos de tres dígitos, a partir de la derecha, con espacios finos y no con puntos: 24 347 768 pesos. Se trata de una recomendación basada en la normativa ISO y fundada en un hecho bien simple: en muchos países, principalmente de América Central, por influjo del inglés se usa la coma (en vez del punto) para separar los millares y el punto para separar los decimales. Después de haber trabajado por más de tres años en una agencia de noticias financieras no me queda otra que concordar plenamente con esta recomendación, pues recuerdo bien la pesadilla que consistía en descifrar comunicados y documentos de todo tipo redactados en diferentes países hispanohablantes. Muchas veces, por falta de contexto, era prácticamente imposible saber, por ejemplo, si 12.345 millones de dólares significaba ‘doce millones trescientos cuarenta y cinco’ o bien ‘doce mil trescientos cuarenta y cinco millones’. La diferencia, como ven, no es pequeña, y más de una vez nos equivocamos y hubo que publicar una fe de errata pidiendo disculpas y rectificando la nota. Pese a mis advertencias, esto es algo que los clientes «corrigen» sistemáticamente, y una vez hechas las aclaraciones de rigor y despejados los supuestos malentendidos, termino siempre volviendo a la vieja costumbre de separar los millares con puntos, pues las más de las veces cabe dar la razón al cliente si deseamos que siga siendo nuestro cliente.
Espacio entre cifra y símbolo
Otra norma que siempre debo recordar (y con la cual soy más intransigente) es que en español los símbolos no van pegados a las cifras. Si lo pensamos bien, escribir 12km es tan absurdo como escribir docekilómetros, pero el error es cada vez más frecuente por influjo del inglés, e incluso los traductores somos responsables de contribuir a la propagación de las normas anglosajonas y su introducción en la escritura en español. No sé de ninguna carrera de traducción donde se enseñe ortotipografía española (a mí no me enseñaron nada de esto en la escuela de traducción, ¿a ustedes sí?), y cuando era un traductor neófito recién egresado mi tendencia era copiar burdamente lo que veía en el texto original: si el símbolo iba pegado a la cifra, ¿por qué no habría de ser igual en español? Lo mismo sucede, por ejemplo, en la mentada agencia de prensa financiera, donde durante años copiamos ciegamente la costumbre anglosajona de poner una mayúscula inicial después de los dos puntos (cosa que hacíamos solo en los títulos, hay que decirlo; tan brutos no éramos), hasta que llegó el sensato colega Héctor a decirnos que constituía un anglicismo y que había que respetar la norma española. Después de dos puntos no se usa una mayúscula, a menos que luego venga una cita textual, precedida de una comilla de apertura, claro está. Desde luego, su intervención cayó en oídos sordos por una serie de razones que no viene al caso explicar aquí.
Ni purismo ni dictadura del uso
Quienes me conocen están al tanto de mi preocupación por la buena ortografía, aunque suelen confundirla con purismo, al punto de llamarme «talibán de la lengua». Nada más lejos de la verdad. Creo en la importancia de cuidar la ortografía y de estar al tanto de las normas y respetarlas como condición para mantener bien engrasados los engranajes de la comunicación y dar sustento al contrato social que es la lengua, pero eso no implica atrincherarse en una postura conservadora; no soy de los que creen que todo ha sido mejor en el pasado y que el mundo está enfrascado en un círculo vicioso de decadencia y desesperación posmoderna. (Ya lo dijo Huxley en su Filosofía perenne y, antes de él, Pascal Blaise, entre muchos otros: perdemos demasiado tiempo rumiando el pasado para mejorar el futuro y se nos olvida vivir el presente). Por lo general defiendo la postura de las academias porque creo que la lengua debe ser normada por quienes de lengua entienden, considerando que la gramática no es una serie de reglas antojadizas, sino de normas que tienen justificaciones lógicas específicas y que garantizan el funcionamiento y la eficacia (y eficiencia) de la comunicación. No comparto, pues, la postura sociolingüística de la dictadura del uso, pues si bien el uso enriquece el lenguaje llenándolo de colores y sabores locales, también puede oxidar sus engranajes. No es por antojo que defiendo contra viento y marea el uso correcto de «se lo digo» cuando se dice erróneamente «se los digo». No es cuestión de antojo ni de purismo, preciosismo o talibanismo: es cuestión de sentido.
Lejos de mí, pues, criticar a la RAE por imperialista (como han hecho muchos en las redes sociales tras la publicación de la última Ortografía), autoritaria o arbitraria, máxime cuando no es la RAE la que toma estas decisiones sino la Asociación de Academias de la Lengua Española (Asale), que reúne veintidós academias de todo el mundo, incluida la de Filipinas, país donde, como pudo comprobar en persona este servidor el año pasado, ya nadie habla español. Pero no cabe duda de que en la última Ortografía, al mezclar recomendaciones con normas lo único que lograron fue complicarnos la vida. La única publicación donde he visto que prescinden de la tilde en el adverbio solo es en el excelente puntoycoma, el boletín de los traductores españoles de las instituciones de la Unión Europea; ni siquiera en los artículos del Centro Virtual Cervantes. La misma prensa se ha preocupado de señalar que estas novedades ortográficas han sido desoídas por el público y que la mayoría de los hispanohablantes sigue escribiendo sólo cuando significa ‘solamente’ y tildando el pronombre éste.
Hasta hace poco, en la pared de mi oficina había una hermosa tarjeta postal que me habían regalado y que rezaba: «Vivir solo cuesta vida». Antes de enterarme de la recomendación, creía que significaba una sola cosa: que la vida solitaria es dolorosa y que, silogismo mediante, quienes viven en la soledad viven menos. Era, pues, una invitación a valorar la amistad y ser mejor persona con quienes nos rodean, por más que la forma de expresarlo fuera un tanto cruda y poco poética. Con el tiempo fui creyendo que había allí una omisión, un error ortográfico, vamos, y que en realidad la frase debía significar «Vivir sólo cuesta vida»; que la vida no es tan dura como parece y que hay que aprovecharla plenamente, que no hay que tenerle miedo a la vida pues lo único que se pierde viviendo es… vida. Un mensaje sin duda más profundo y poético que el anterior. Cuando publicaron la Ortografía de 2010 la cosa se complicó, pues ambos mensajes ahora se escribirían sin la tilde. Para desgracia del lector, se eliminó la posibilidad de un error ortográfico y se consagró la ambigüedad. En un primer momento me había convencido de que el grafitero sabía lo que estaba escribiendo. Luego, decidí que había cometido un error ortográfico y que ese solo en realidad era un sólo. Ahora ya no tengo cómo saber nada, y por lo pronto el grafitero aquél (perdón: aquel) estaba perfectamente enterado de las nuevas normas académicas y sabía que no debía usar la tilde y el sentido real de lo que puso en aquel muro es un secreto que se llevará a la tumba. Yo, mientras tanto, hice lo único que podía aliviar mi tormento ortográfico: quitar la postal de la pared.
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