En 2012 tuve la dicha de trabajar en lo que hasta ahora recuerdo como uno de los episodios más gratificantes de mi vida: acompañando a los músicos de Dead Can Dance durante sus conciertos en Santiago de Chile. La experiencia fue fascinante no solo porque Dead Can Dance es una de mis bandas favoritas desde la adolescencia, sino porque conocer a Brendan y su esposa fue un poco como reencontrar a viejos amigos. El hecho de que Brendan, para mi moderada sorpresa, recordara perfectamente aquella vez en que le hice firmar, a modo de autógrafo, uno de mis cheques de la Caisse d’Épargne en la FNAC de Montparnasse (era lo único «firmable» que traía) diez años antes quizás ayudó a romper el hielo, aunque hubo muchas coincidencias más que, con el tiempo, me permitieron entender por qué todo había fluido tan bien, y que me dieron la sensación de estar en un rompecabezas cuyas piezas iban encajando a la perfección a medida que nos conocíamos y compartíamos momentos algo intensos (entre traslados, ensayos, conciertos, mucho calor y bastante vodka con jugo de naranja tibio).
Uno de los episodios que recuerdo con cariño fue cuando volvíamos del concierto del Casino Monticello y Brendan iba mirando por la ventana y comentando lo hermoso que estaba el cielo, y que era increíble que se viera tan bien aunque estuviéramos tan cerca de la ciudad. Brendan sacó su iPad, abrió una de esas apps para ver las constelaciones y lo apuntó al firmamento. Me miró y me dijo: «Te das cuenta de que cuando miras las estrellas, en realidad… —En realidad estás viendo el pasado», le respondí, sin dejarlo terminar. Me quedó mirando con una sonrisa, y le conté sobre las traducciones que hacía para el observatorio ALMA, un conjunto de antenas encaramadas en la cordillera de los Andes. Le comenté a la pasada que ese era uno de los aspectos más delicados cuando se traducen textos de divulgación sobre astronomía (incluso más que la terminología extremadamente especializada). Uno, que nunca estudió física ni mucho menos astronomía, puede entender a grandes rasgos qué es un efecto Doppler o cómo funciona el interferómetro de un radiotelescopio —lo suficientemente, al menos, para hacer traducciones correctas—, pero cuando se encuentra con textos que describen estrellas «jóvenes», «viejas» o incluso «antiguas», hay que ser muy cuidadoso.
Para nosotros, el concepto de joven se define con respecto a nuestro presente, es decir, es joven quien nació hace poco tiempo y anciano el que nació hace más tiempo y tiene más edad. Pero los astrónomos, como bien señaló Brendan, observan el pasado. Eso, por una razón muy simple: los astros están tan lejos que su luz tarda entre miles y millones de años en llegar hasta nosotros. Y mientras más lejos están, más se demora, y más viejo está ese astro cuando nosotros lo miramos. Es más: muchas de las estrellas que miramos por la noche ahora ya no existen, y lo que vemos es una especie de fantasma. Y para tratar de entender los misterios de nuestra existencia y del surgimiento de la vida, nada mejor que el voyerismo diacrónico: estudiar cómo surgieron los primeros astros después del famoso Big Bang y cómo han ido evolucionando y fabricando las moléculas orgánicas que hoy están en nuestro cuerpo. Ese es uno de los grandes objetivos que se ha impuesto ALMA.
La línea de tiempo
Hasta aquí, todo bien. El asunto se complica cuando nos damos cuenta de que nos situamos en puntos distintos de la línea de tiempo. Cuando los astrónomos describen tal o cual fenómeno en una protoestrella (una estrella en proceso de formación) y la califican como young star, en realidad pueden estar hablando de un astro que hoy, para nosotros, es extremadamente viejo o incluso puede estar extinto.
A team of astronomers, led by Darach Watson from the University of Copenhagen, used ALMA and theVLT’s X-shooter instrument to observe one of the youngest and most remote galaxies ever found.
Este es un claro ejemplo donde se forzó un poco la redacción (y, de paso, el continuo espacio-temporal…) y se terminó diciendo algo contradictorio: si es una de las galaxias más remotas, significa que está muy cerca del Big Bang, con lo cual para nosotros, actualmente, es una de las más antiguas (probablemente ya no exista), puesto que fue una de las primeras en aparecer. De hecho, más adelante se agrega: «We are seeing A1689-zD1 when the Universe was only about 700 million years old — five percent of its present age».
Si miramos el gráfico arriba y recordamos que el Universo tiene 13.770 millones de años, estas observaciones corresponden a 13.000 millones de años atrás. En otras palabras: hoy, mientras yo escribo estas líneas, esa galaxia tendría 13.000 millones de años (digo tendría porque desde entonces es probable que haya chocado con otra galaxia y se haya convertido en otra cosa, o que la mayor parte de sus estrellas se haya consumido y extinguido). De ahí la pregunta: si es tan antigua, ¿cómo podemos decir que es una de las más jóvenes?
Jóvenes de hoy frente y jóvenes de ayer
En otro comunicado de ALMA se habla de una protestrella muy joven:
HH 211 is a well-defined jet from one of the youngest protostellar systems in Perseus, at a distance of about 1,000 light-years. The central powering protostar has an age of only about 10,000 years (which is about 2 millionths of the age of our Sun) and a mass of about 0.05 solar mass.
Tan joven que surgió tan solo unos 10.000 años atrás y aún es una simple protoestrella. Como está muy cerca de nosotros, su luz tarda muy poco en llegar hasta nuestros telescopios. ¿Cómo decir, entonces, que ambas estrellas son jóvenes, cuando una nació hace más de 13.700 millones de años y la otra, recién hace unos 10.000 años? Sucede que hay un abismo entre hablar simplemente de una estrella joven y de una estrella que era joven en la época del Universo que se está observando. En otras palabras, no es lo mismo hablar de una estrella joven (actualmente) y de una estrella que se observó en su juventud, hace 13.000 millones de años. Reformulemos: una cosa es una estrella joven actualmente, otra cosa es la observación de una estrella joven. Según el contexto, hay que hacer malabares para expresar la idea de una forma más o menos clara, que no termine siendo contradictoria, y no decir de una estrella que es una de las «más remotas y jóvenes jamás encontradas». Siguiendo la lógica de lo señalado arriba, quizás sería más acertado decir que es una de las más remotas y jóvenes jamás observadas, dando a entender que no es joven ahora, sino que lo era en la época del Universo que se está observando. Aun así persistiría una peligrosa ambigüedad.
He aquí el tipo de sutileza (jamás me cansaré de repetirlo) que una máquina no es capaz de detectar, por más que se alimente de todas las bases de datos del mundo y tenga las tecnologías de inteligencia artificial más sofisticadas del mercado. Es el tipo de lectura que solo un ser humano puede hacer, y el tipo de precaución que solo un traductor profesional con cierta experiencia en el tema sabe tomar. Como ya dije, la máquina es incapaz de conmoverse con una buena novela o de emocionarse escuchando a Dead Can Dance, con lo cual difícilmente podrá encarnar todo el espectro psicológico, emocional y cultural que nos define como seres humanos, lleno de atisbos trascendentales y de sorbos de vodka con jugo de naranja tibio, y sentir que hay cosas en la vida que encajan mágicamente como un rompecabezas cósmico. Así, tampoco es capaz de entender que, en la argumentación de un artículo científico, tenemos dos tipos de juventud, una actual y una pretérita, y que si el autor no tuvo demasiado cuidado para ser claro al respecto, el traductor profesional tiene, cuando menos, que ser cauto y saber lo que hace.
Comments