En la entrada anterior proporcioné una lista de recursos que los correctores de estilo y los traductores deben, a mi juicio, conocer y usar. El título de ese texto, cuando aún era un borrador, se refería únicamente a los correctores de estilo, pero al momento de publicar me sentí obligado a agregar la referencia a los traductores. La razón es simple: todo traductor que se precie también tiene la obligación de convertirse en un buen corrector de estilo y ortotipografía. Digo convertirse porque, como expliqué en ese texto, nadie nace siendo corrector de estilo, por más que tenga la pluma hábil y sea un erudito en literatura iberoamericana (para los traductores hispanohablantes). Hay cosas que son de competencia del editor, del corrector de estilo y del corrector de pruebas que el autor y el traductor generalmente ignoran. Pero el traductor, al menos, debería saberlas.
Cuando digo que generalmente las ignoran es porque, hasta donde yo sé, no las enseñan en las carreras de traducción. Y si opino que el traductor debería saberlas es porque el primer requisito para ser un buen traductor no es hablar una lengua extranjera, sino expresarse correctamente (ojalá más que eso) en la lengua hacia la cual traduce (idealmente su lengua materna). De mi paso por la universidad recuerdo una formación exigente y rigurosa, donde se nos invitaba y enseñaba a mantener los ojos bien abiertos y las orejas bien paradas para entender el mundo (mejor dicho, los mundos) que nos rodeaba, y nos pasábamos horas craneando la traducción de un párrafo, de un modismo o de un término. (También recuerdo con cariño numerosas saturnales, propias de todo tránsito universitario que se precie, pero eso a ustedes no les incumbe). La cosa es que entre tanto estudio y alguna que otra noche de excesos, lo que no recuerdo es haber incursionado en el mundo de la ortotipografía. Años después comentamos esto entre colegas y excompañeros de clase, y nos dimos cuenta de que recién ahora, unos quince años más tarde y tras muchas horas hojeando y manoseando los manuales de estilo, tenemos la tranquilidad de saber más o menos lo necesario para entregar un texto bastante limpio. Es más: ahora se me viene a la mente el recuerdo de una profe comentando que varios clientes a quienes había recomendado traductores recién egresados le habían dicho que eran buenos traductores, capaces de hacer traducciones menos literales que los egresados de otras universidades, pero un poquito «distraídos» con los detalles, entre ellos, la ortotipografía.
Imagínense una constructora que no tiene los conocimientos ni la obra de mano necesarios para entregar un edificio acabado. Tiene los arquitectos, contrata a los ingenieros y a los albañiles, compra los materiales y levanta el edificio. Pero le faltan el electricista, el gásfiter (así le decimos en Chile al fontanero), el maestro ceramista y todos los especialistas necesarios para hacer una entrega llave en manos. Es un poco la impresión que me da cuando veo textos a lo mejor bien traducidos, pero llenos de mayúsculas inoportunas, comas mal puestas y deslices semánticos y sintácticos de todo tipo. Lo mismo sucede cuando exploro los sitios web de otras empresas de traducción chilenas, por mera curiosidad (pero también por interés comercial; hay que estar informados de lo buena —o mala— que es la competencia si se quiere competir), y veo que todas, sin excepción, tienen textos con descuidos bastante reprochables. Peor aún: las hay con excelente posicionamiento en los resultados de Google y sitios web de diseño envidiable, donde se jactan de ser capaces de traducir miles de páginas a chorrocientos idiomas en menos de un nanosegundo, y la imagen comercial que proyectan es tan buena que uno casi podría creerles… si no fuera porque ponen mayúsculas iniciales en cada sustantivo de la oración, como si estuvieran escribiendo en alemán. Alguien que escribe un texto así no tiene idea de lo que está haciendo, ergo, no puede ser buen traductor y tampoco debe ser capaz de evaluar y contratar buenos traductores. Construyeron el edificio, instalaron puertas y ventanas superaislantes con termopanel, pusieron hermosos azulejos en la cocina… pero se les olvidó instalar la luz. Peor: pensaron que no era tan importante. En el caso del traductor, saber corregir no solo es importante; es imprescindible, como bien señala el título de este encuentro organizado por el Colegio de Traductores Públicos de la Ciudad de Buenos Aires:
En la era de la desinformación y de la proliferación de noticias falsas cada vez más sofisticadas, es fundamental, por ejemplo, saber distinguir un correo electrónico auténtico de los cientos de mensajes fraudulentos que recibimos a diario para que entreguemos inocentemente la clave secreta de nuestra cuenta bancaria. Conozco a personas que han caído en la trampa y he visto con mis propios ojos los correos que las han engañado. Y adivinen cuál es el primer indicio de fraude en un correo electrónico: las faltas de ortografía. Hay oficios que no requieren una redacción y una ortografía impecables, pero la traducción no es uno de ellos. Cuando vayan a contratar los servicios de un traductor o de una agencia de traducción, presten especial atención a sus textos y no se dejen impresionar únicamente por el diseño del sitio web, para que no les vendan gato por liebre. Como cuando compramos un departamento recién construido y luego nos damos cuenta de que no tiene instalación eléctrica. O cuando compramos un departamento en un hermoso edificio de 1914 que en vez de restaurado fue vilmente maquillado, para luego darnos cuenta de que tiene gravísimos problemas de humedad que costarán una millonada reparar, como le pasó a este servidor, que si bien algo sabe de ortotipografía desconoce por completo el arte de la restauración patrimonial. Pero esa es otra historia…
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